viernes, 27 de octubre de 2017

LAS LAGRIMAS SECAS DE ENRIQUE





Enrique fue un muchacho que nació con un retraso mental, en su cabeza siempre ha estado la dulzura. Pero como era “tonto” siempre se le destino a tareas manuales, desarrollando un cuerpo fuerte pero lleno de ternura.
Cuando vino al mundo su madre tenía bastantes años, con lo cual fue relegado a instituciones que se hicieran cargo de su “educación”. Sus familiares cercanos se fueron alejando de él, a nadie le interesa tener cerca a una carga.
Pero su madre tenía una herencia, que lego a una sobrina con el encargo de atendenderle. La herencia fue convertida en dinero, pero Enrique siguió en las instituciones psiquiátricas, donde no sabían donde darle ubicación. Las labores que le dieron fue el trabajo bruto de una huerta, donde se le exprimía al máximo.
Su espalda se resentía, además del padecimiento de fiebres reumáticas, que al contacto con el agua agudizaba su salud. Haciéndole llevar una vida calamitosa, pero total, era una herramienta más, solo. El paso de los años le llevo a un centro de acogida, donde se le facilitaba la comida y la estancia. Una pequeña pensión estatal que le permitía salir a la ciudad y poder pasear por ella, pero sin amigos, sin familia, restringía sus salidas.
El paso de los años, en una salud frágil, pero fuerte a la vez, le llego a alcanzar la cifra de ochenta años. Sus lagrimas se escapaban muchas veces pero nadie las quería ver. Por ello caían en un pañuelo, mil veces utilizado y otras tantas doblado. Hasta cuando lavaban su pantalón iban dentro de él.
Podía hablar con fluidez pero sin control, creando frases inconexas. Pero cuando quería aprendía un recorrido por la red de metro con sus trasbordos correspondientes, llegando a su destino fácilmente.
Una mañana una neumonía dejó sus lagrimas secas.

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