La
escalera de caracol asciende en torno a su eje, las pequeñas
ventanas la dotan de la luz suficiente para evitar el tropezar. No
existen descansillos, comunica tres pisos del viejo caserón. Una
barandilla de piedra permite el apoyo en la duda de la subida o
bajada.
Juan
es el vigilante del inmueble, varias veces al día tiene que ir por
ella. La otra alternativa son las escaleras de la puerta principal.
Sus
muros guardan recuerdos de siglos pasados, las paredes apenas tienes
elementos decorativos, fueron saqueados en las diferentes guerras
civiles. Solo su estructura se ha salvado del saqueo de los
diferentes dueños. Lo último es convertirlo en hotel, de ser un
sitio de recogimiento para pasar a ser de esparcimiento.
Juan
sabe que tantos años de custodias y de secretos pasaran a mejor
vida, tendrá que buscar trabajo en otro lugar, pero como cada
persona que se encuentra en un mismo sitio tantos años, lo considera
un poco propio y se resiste a los cambios. La confirmación llega de
mano del actual dueño. Informa que en seis meses cederá a un nuevo
dueño sin explicar el beneficio obtenido por el contrato. Tanto su
contrato como el de Daniel, de mantenimiento se cancelaran.
La
incertidumbre se abre para Juan pasados los cincuenta y siete, su
futuro se llena de incógnitas, lejos de la edad de jubilación.
Recorre las habitaciones de todo el edificio, recrea situaciones
vividas en cada espacio, desde sonrisas a lagrimas sueltas en otras.
Veinticinco años han creado muchas situaciones. Sin objetos donde
anclarse pero si espacios de momentos vividos en tanto tiempo. La
idea de haber sido un autentico dueño del lugar de trabajo.
Las
visitas inesperadas y la vivienda auxiliar que ha llenado su vida,
desaparecerán en poco tiempo.
La
escalera de caracol crea mareo.