Se inicia la nueva temporada, en
nuestras mentes, cantidad de propósitos. Iniciar a hacer ejercicio físico,
aprender el idioma que se te resiste o empezar un curso que te satisfaga a
nivel personal o profesional.
Todos estos sentimientos te hacen
despertar de la acomodación que has sufrido desde la anterior temporada.
Juan es uno más, pensante, de
esta manera. Con lo cual se apunta a una academia de ingles y a un gimnasio que
ira por las tardes después de su jornada laboral.
Como cualquier alumno nuevo, se
encuentra ilusionado, con ganas de hacer cosas nuevas. En el idioma se siente
repetir cosas que cree haber superado, pero se da cuenta que hay variantes que
no había incorporado. En el lado físico la tortura de la acumulación del ácido láctico
le infringe unas dolorosas agujetas que merman su movilidad, donde descubre músculos
que no recordaba tener,
Pero se encuentra satisfecho de
la decisión tomada. Pero las cosas que se hacen con entusiasmo dan como
consecuencia interés, motivación, si dejan de tenerlo se convierten en rutina y
mueren.
Es tan fácil motivarse como
desmotivarse, y el tedio es el gran bache para que aparezca.
Juan empieza a espaciar las
asistencias al local de ejercicios, el idioma tampoco avanza como el quiere,
deja de hacer las tareas requeridas y va faltando a las clases, con lo cual se
nota desconectado con el nivel que van adquiriendo sus compañeros, como
consecuencia llega la desmotivación personal.
En dos meses ha conseguido hundir
sus propósitos y se instala, en su mente, una sensación de frustración. A Juan
solo le anima que a más amigos han tenido una experiencia similar. Ya se sabe
que mal de muchos es consuelo de tontos. Pero suficiente para estar mejor en el
panorama gris en el que se ha metido.