Hay un dicho que dice “nada es
bueno y nada es malo”. Normalmente juzgamos los hechos o las cosas como un
sentido u otro. Cuando la verdad es la dependencia de quién lo mire. Por ello quien
es el juez, que determina, si una cosa es de tal manera.
El desierto puede ser una
calamidad o una oportunidad de reflexión interior, en la vivencia de cada uno
esta el conseguir una sensación u otra.
Por ello todo en la vida es una
oportunidad, lo que presuponemos como un desastre puede ser otra opción de
crecimiento personal.
Si pasamos del calor al frió inhóspito
puede ocurrir lo mismo.
El montañero que va a escalar una
montaña no tiene seguridad de lo que se va a encontrar, ni como el tiempo puede
cambiar para convertir su paso en un autentico infierno. Pero todos los valores
que va consiguiendo entran en su disco duro de logros y capacidades, ante las
adversidades de la vida. Es nuestro mayor tesoro, la sabiduría de entender las
cosas de una manera que nos lleva a la
cima, que es nuestro día a día. Esa capacidad de improvisación es la que nos
lleva a sentir, una vez arriba el esplendor de lo que nos rodea. Si subiéramos
en un ascensor, no sería lo mismo, pues vivir cada tramo superado es el único
placer que encuentras arriba.
La flor no es bonita o fea,
depende los ojos con los que se miren,
determinara una cosa o la contraria.
Por ello el oficio de juez ante
todo es un papel que no nos corresponde, por venir determinado por nuestro
bagaje personal. Solo de esta manera nos sentiremos más libres y sin necesidad
de llevar, a cuestas, todos nuestros prejuicios que lo que hacen es limitarnos,
y no nos ayudan nada.