Juan entiende de la sencillez,
como uno de los métodos para solucionar cosas, frente a la sofisticación. Cerrando
canales censores, de alguna manera, predeterminados.
Con los ejercicios que ha
ofrecido Alberto, se ha dado cuenta de ello. Por ello lo comparte tras la cena
y la reunión en los sillones. El fuego en la chimenea, como compás y fijador de
miradas hipnóticas. Ya las noches son más frescas e indican la nueva posición
de la tierra frente al sol.
Alberto profundiza en porqué
están haciendo esos ejercicios y la necesidad de contemplar otra realidad, sin
tantos filtros.
Tomás dice que parece mentira
tener que trasladarse unos cuantos kilómetros de sus hogares, emplear un dinero
en aprender cosas que son obvias.
Alberto responde que el lugar, es
lo de menos, la inversión por su estancia y aprendizaje es un regalo que se
hacen a ellos mismos. Por tener derecho a tener un regalo propio, no tiene que
ser todo tan material.
El resto del grupo asiente,
afirmando ese concepto que tenemos tan olvidado. Tomás se siente mal por la
interpretación de sus palabras. Pero el clima es permisivo. Alberto anuncia que
el desayuno será también consciente. Invita a descansar y comenzar el día con
la salida del sol.
El día amanece con nubarrones y
les priva la salida del astro pero sienten la realidad de su luz.
Alberto saluda y propone el
ejercicio anunciado. No es necesario la venda en los ojos pero si poner los
otros sentidos en la ingesta de los alimentos. Masticar despacio, saboreando
los líquidos. Sintiendo el profundo agradecimiento por poder disponer de los
mismos. Agradecimiento que cada uno lo efectuara de la forma que quiera sentir.
Desde luego se prolongo mucho más
que cualquiera hace en sus hogares, sin tiempo, una de las premisas que dijo.
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