El
viento ejerce su presión sobre los helados árboles. Los cristales
acumulan agua solidificada. La parada de autobús se encuentra
solitaria. Las luces no se han apagado aun. Y un sonido de tacones,
acompaña a la melodía del aire.
La
ausencia de trafico indica el día de la semana.
La
sombra de la figura esta a capricho de la farola que toca iluminar.
Sube las solapas en busca de impedir la temperatura exterior.
Toma
su teléfono para ver el tiempo de espera del bus. Nueve minutos es
la respuesta de la pantalla. No quiere abandonar la compañía de
nadie y se aferra a mirar una y otra vez, como queriendo encontrar
una nueva respuesta a los últimos mensajes recibidos.
La
inquietud esta en su continuo baile de piernas para compensar la
temperatura, sus manos quisieran esconderse en los bolsillos, pero la
luz entre sus manos es lo prioritario. Entre vez y cuando su mirada
se levanta en busca del vehículo transportador. Los minutos pasan
despacio, surge un arrepentimiento de haber venido a esta fiesta.
Donde no encontró lo que quería. Los ojos se entornan, baja el
móvil y se recuesta frente una columna. El sueño no dura en llegar.
El cansancio la vence y hasta el viento la mece.
El
tiempo de espera se reduce para descubrir en un tic como su bus pasa
sin detenerse, no ha mostrado señal de actividad y el conductor ha
interpretado que no era necesario parar. Las alarmas se disparan el
próximo tardara una hora. La rigidez agarrota hasta sus
pensamientos, ahora tendrá que buscar un taxi que romperá su
presupuesto mensual. Pregunta ¿como se ha podido quedar dormida? Hoy
era el día que todo le ha salido mal, comienza a andar para reducir
el camino de en medio y adquirir un calor extra.