Alim
es un hombre árabe, muy respetuoso con toda la gente que le rodea.
Vive en un país lejano al suyo y aprendió como el respeto hacía
los demás era uno de los grandes valores de la convivencia.
Alim
está en los cuarenta años, ha procurado aprender el idioma de su
lugar de trabajo y lo ha aprendido en poco tiempo. Ha prestado mucho
interés en ver como se formaban las palabras y como emplear un ritmo
pausado, donde muchos interpretan su falta de conocimiento del
idioma. Ha sustituido sus ropas orientales por las occidentales.
Aunque ha encontrado poca diferencia en el tono de voz, pero si en la
agresividad que descubre en muchas situaciones de su vida.
Ha
sufrido el rechazo por ser oriental, por ser uno de los fantasmas del
pasado. Pero él ha seguido los dictados de su familia, anteponiendo
la palabra “por favor” y “gracias” cuando ha finalizado.
Su
color de piel es restituido por unos ojos agradecidos que no pasan
desapercibidos junto a la eterna sonrisa, comedida y no escandalosa.
Donde brota desde la mañana.
Es
musulmán y trata de hacer sus oraciones en su habitación. En una
casa compartida con otros tres estudiantes árabes.
La
suspicacia hacía esa vivienda es continua, y los vecinos, de una
manera velada, siguen sus movimientos, como espías a disposición
del Estado.
Hoy,
al ir a su trabajo, en el autobús. Un frenazo ha hecho que perdiera
el equilibrio, lo que ha dado una situación conflictiva, al caer
sobre otro pasajero, que no tiene un buen día. Alim se disculpa y
trata de interesarse por su colchón, eventual.
Voces
en alto para hacer un alegato sobre la inmigración y la falta de
civismo, proferidas por el otro pasajero, encuentran pronto mecha en
, se suman.
Alim
baja del bus.
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