Encima se rio de mi, Juan se dijo para si mismo, no hay nadie que acompañe su sentimiento.
La
bajada del autobús, fue lenta y le dio tiempo a volver la cabeza
para observar al autor de su malestar, aun la sonrisa reflejada en su
rostro.
Difícil
olvidar esa boca desdentada y el sombrero de fieltro. Más complicado
alejarlo de su cabeza a pesar de haber pasado media hora.
El
movimiento mecánico, autónomo, obro milagros para seguir la ruta
establecida, sin fijar su atención a todo aquello que pasaba, las
flores en los jardines, el loco caminar de los peatones que quieren
emular a sus espejos de automóviles.
Al
llegar a casa, conecto la televisión en busca del olvido del
incidente. Pero era lo mismo que ayer y antes de ayer, no le vale de
novedad. Desconecto el aparato y fue en busca de la llena bolsa de
basura. Los pasos no fueron briosos, como cualquier día. El
encontronazo había marcado su hacer rutinario.
Juan
piensa en los caprichos del destino y como cambian su día a día.
Intento hacer de su rosto la contra imagen de su espíritu, empresa
altamente complicada. La bolsa fue al contenedor correspondiente pero
su cara no lograba su voluntad, se acerco al bar donde suele
encontrarse con sus amigos de conversaciones banales. Hoy solo Matías
estaba sentado en el taburete, sujetando la caña de cerveza,
aferrado a ella como todo su poder. Nada más entrar le afea su cara
de preocupación. Suficiente para que Juan suelte el suceso.
El
camarero secando los vasos, le comenta que es una tontería, lo que
le preocupaba. Juan vuelve la cara hacía él y con ojos vidriosos,
contesta que sabrás tú.
El
camarero abandona su función para colocar las botellas.
Juan
miro fijo, dijo: Encima esta riendo, esté.