viernes, 27 de noviembre de 2020

ALMONDIGAS

 

 

  • Qué tenemos para comer­?

  • Ya sabes, almondigas.

  • Que te cuesta decir albóndigas, como todo el mundo.

  • Así lo decía siempre mi madre y además, esta aprobado por el diccionario de la real academia.

  • No lo dudo pero queda muy paleto. A pesar de estar muy bueno, parece como si se desvirtuara.

  • Al final lo que vale es el mensaje, cuando tu entregas un ramo de flores a una mujer que quieres, sobran las palabras. Una mirada de complicidad, significa mas que mil palabras. No se porqué tenemos que dar tanta importancia a los nombres.

  • Son vehículo de comunicación.

  • Pero curiosamente cada vez estamos más incomunicados a pesar de todos los medios que disponemos.

  • Eso es verdad Juan, difícilmente nos comunicamos y si lo hacemos perdemos el tiempo en lo que pone en la pantalla de nuestro teléfono, ignorando a la persona con la que estamos o el grupo.

  • Si Ana cada vez me voy dando cuenta que nos deshumanizamos y solo miramos nuestro ombligo como centro del mundo. Despreciamos las acciones de otras personas, nos volvemos críticos con todos intentando escondernos para no aparecer con la desnudez con la que accedimos a este mundo. Hay que taparse y no por el estado del clima. Buscando pantallas para permanecer insensibles a reflejos de nuestra personalidad, viendo maldades en los otros, permaneciendo impolutos.

  • Juan estoy de acuerdo contigo, lo que vemos mal en las actuaciones de los que nos rodean es una clara imagen de nuestro interior y nos defendemos como gatos panza arriba, incluso arañando a quien se ponga cerca.

  • Fijate lo que hemos sacado de la almondigas.

  • Vuelvo a repetir que la palabra es lo de menos.

  • En la religión se habla del ¨´verbo¨´ Eso pienso.



lunes, 23 de noviembre de 2020

PASEANTE

 

 

Un paso tras otro, Juan es un andarín. A penas coge el transporte público.

Los dedos se adaptan a todo el calzado desgastado con premura, los pies notan la rozadura donde la piel se ha debilitado. Los fines de semana se olvida de la ciudad residente para cambiar de suelo.

Hoy la lluvia ha hecho acto de presencia, invita a quedar en casa, la pereza no es una constante en Juan. Toma su chubasquero y recoge el billete del tren de cercanías, su inseparable bastón articulado ha sido testigo de muchos ratos.

La estación llega en pocos minutos, pocos pasajeros ante la intensa caída de agua. Una cuesta de tierra precede al impracticable camino. Un primer resbalón hace que tome el apoyo metálico.

Las nubes se meten en día cerrado y la visibilidad escasa, cierra la idea de paseo, pero no en la mente de Juan.

Nuevo sendero en rampa, las piedras son un peligro la sujeción escasa, Juan cae una y otra vez su ropa impregnada es un peso adicional. Al fin una pequeña carretera donde el firme se hace solido, traspasada por ríos de mayos o menor fuerza. La visibilidad negruzca crea un paisaje de anochecer. Su cabeza se mueve deprisa. Tal vez deba volver, la duda surge en un Juan seguro.

El ruido de la lluvia tapa los oídos. Si continua el asfalto le llegara a un pueblo donde tomar un autobús de vuelta. La meta no se ha cumplido pero un paseante debe saber perderse y renunciar.

Dos faros se acercan por la parte trasera por supuesto sin sonido, el agua tiende a apagar la sed en pocas horas. Un quiebro del coche por un arroyo encuentra un cuerpo en su capo. Las emergencias tardan en llegar al cuerpo desmembrado, con canales de sangre aumentados continuamente.

sábado, 21 de noviembre de 2020

LAS SETAS

 

El otoño llega a su meridiano, el sol sigue mostrando su presencia, a pesar de las lluvias que han precedido el día de hoy. Juan toma su anorak y calza sus zapatillas de monte, para dar un paseo por el bosque. Ese lugar tan ansiado por los urbanitas, donde los silencios solo son interrumpidos por algún trino de pájaro o el movimiento de hojas de un animal huidizo,

No pasan muchos cuando entre la hojarasca se ve una seta, mimetizada con el paisaje, a su cabeza le llega una historia de enanitos que moraban bajo un caperuza, cuando su padre le contaba uno de tantos cuentos, que su cabeza inventaba.

Agacho su cuerpo para hincar las rodillas y descubrir. La desnudez del ser le deja ver su pie morado en contraste con su cuerpo color crema.

Juan tomá su navaja y provoca una incisión que libera del suelo el cuerpo. Deposita en una cesta de mimbre y mira alrededor en busca de nuevos miembros.

Unos metros más alla encuentra otra especie diferente pero también comestible.

Sus ojos olvidan las alturas para fijarse en el suelo entre la espesura verde y las hojas con predominancia del color marrón que finalizan el ciclo de la clorofila.

Los árboles proyectan una sombra sin su copa escasa, más pequeña que hace un mes, desprendida de sus manos, verdaderos pulmones que filtran en aire, no siempre listo.

Tras el paseo se sienta apoyado en uno de los robles circundantes, mira los ejemplares capturados y es momento del retorno a casa, donde embotara las diferentes variedades encestadas.

Según vuelve a casa las miradas de otros paseantes se fijan en el contenido colgado bajo su brazo, la jornada ha sido buena y la obtención micológica ha sido buena.

Juan se siente ufano, olvido sus pensamientos rutinarios, compañeros.

sábado, 14 de noviembre de 2020

CORAL

 



Su figura delgada proviene de una mente inquieta, en su busca interior se desplaza a la naturaleza donde encuentra la paz en la inquietud de las aves o en el estatismo? De los árboles.

El cambio de colores y el plumaje le arrojan el color que no cree encontrar en su vida repasada de experiencias que le permiten agarrar lo que tiene junto a ella y la experiencia que la hace valiosa en el arco iris de la vida.

Descubre a los niños como una equivalencia de adultos consumistas, sin encontrar el sentido simple del latido de un corazón. Del pajarillo asustado en las manos de quien quiere poseer o devolver al aire del que proviene en sentido de encontrar su punto de equilibrio.

Con la pequeña azada hace el alcorque para fijar, en el verano la poca agua que recibe del cielo o de la garrafa de cinco litros. Sus manos se llenan de tierra, esa que a veces, es tan necesaria para evitar que nuestra cabeza vuele sin descanso en busca de los sueños reales.

Su ropa oscura manifiesta escondite de su fácil sonrisa. En el maletero del coche siempre lleva una pequeña bolsa con lo necesario para una escapada de tres o más días.

Su trabajo no la llena pero le aporta lo necesario para poder comparar como  es ella misma.

La mano le dio la oportunidad de pintar y expresar el interior. El descubrimiento llego ayer cuando comprendió que las palabras son otro vehículo de comunicación. Donde a poco que se escarben, salen multitud de sentimientos escondidos o ignorados, para llegar a entender a uno de los seres más extraños, nosotros mismos, precisamente ese ser tan raro y cercano , irreconocible por la cantidad de disfraces que la sociedad nos implica a utilizar, olvidando el espejo