Luis,
se levanta de la cama con la sensación de no haber descansado. Esta
percepción, la arrastra a lo largo del día y cuando llega la noche.
Lleva a un punto de saturación, hoy se acostara antes para recuperar
el descanso. Pero al acostarse el sueño no viene a él. Comienza a
ponerse nervioso y gira en la cama, como en busca de la postura
correcta para introducirse en el mundo onírico.
El
cansancio va fijándose en su mente y crea una nueva sensación la de
la angustia. Luis se levanta para ir al cuarto de baño, revisa los
mensajes recibidos y enviados. Sus ojos están en alerta, no quieren
desconectar de la realidad. Toma el libro que no termina nunca, su
mirada encuentra las letras pero su cerebro no las coordina. Por
ello, abandona a los cinco minutos de iniciada la acción.
La
cama comienza a ser una enemiga y va al sofá. Pero tampoco encuentra
el acomodo para lograr el objetivo.
Luis
toma la siguiente acción, ver televisión, pero el resultado es el
mismo que con el libro. Apaga porque no consigue centrarse y el
nerviosismo va en aumento. Observa el paso de las horas en el reloj,
pero el sueño no se instala. Vuelve a la cama, para ver si el
cansancio logra el objetivo. Pero vuelve el bucle.
Ojos
abiertos y vueltas a un lado y a otro es el resultado. Hasta que los
parpados comienzan a cerrarse y los movimientos cesan. Un sonido
estridente indica que es hora de levantarse e ir a su puesto de
trabajo. No sabe como lo desarrollara. Pero va a tomar una ducha e
iniciar el nuevo día. La sensación de agotamiento va a mayor. A
penas puede desayunar y los ojos buscan el interior. Llama para
informar de ausencia.
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