Juan
llega, a lo que parece ser, el centro de la ciudad. La orografía
modifica el crecimiento que ha tenido desde sus orígenes en torno al
río, dividiendo en dos partes y con la limitación de la colina
donde se asienta el castillo, morada del señor que era el
propietario de la zona.
Diferentes
placas quieren indicar la historia de la población. Como un signo de
dotar su característica propia.
El
idioma es desconocido para Juan, pero siempre encuentra la manera de
encontrar lo que busca. Afortunadamente los grandes edificios están
en el exterior dejando la almendra central para organismos oficiales
y sitios turísticos. Donde permiten perderse en su interior. La
actividad es grande a primera hora de la mañana. Los habitantes
llevan un ciclo solar, disminuyendo su actividad en torno a las cinco
de la tarde, que marca una nueva fase del día.
Juan
acostumbrado a una vida, donde todas las horas del día tienen sus
aspectos. Se siente marginado. Ha intentado adaptarse a este ritmo
pero tras la comida, le entra el sopor que compensa con una siesta,
con lo que al volver a tomar la actividad se encuentra con el muro
horario que modifica la actividad de la ciudad.
El
río es cruzado por muchos puentes que tratan de esconder la frontera
entre los dos lados, y se competía por construir el puente mas
hermoso, contrastado con las pasarelas mas modestas, casi queriendo
ocultar que él ha sido el principio de la misma.
Parece
como si de sus orillas se aprovechara a sacar pequeños jardines,
llenos de belleza, tal como maceteros en una casa.
La
humedad, condiciona las ropas de abrigo incluso en el verano, donde
los rayos se atreven a ser más fuertes.
Juan
disminuye el paso, queriendo disfrutar de la vida en este precioso
lugar.
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