Juan
es, lo mejor que puede tener un camarero, una buena sonrisa y una
buena intención de colaborar con los clientes. Es el primero en
atender, pues se dedica a las bebidas. Asesora en cuanto que elegir
para acompañar a la comida. Es una de las primeras impresiones que
reciben los comensales al llegar al lugar de comidas. Su buen trato
hace ganar comensales y se preocupa de encontrar sitio a los que
llegan y no tienen mesa.
Su
trabajo le sale, de una manera espontanea, no tiene que fingir, ni
haberse preparado ningún papel, como han tenido que hacer algunos de
sus compañeros.
Pero
hoy es día para enfrentarse a una persona quisquillosa con todo el
mundo. De corazón sale invitar a irse. Pero son los retos para
demostrar que se puede dar las vueltas a las cosas y hacer sentirse
bien a todo el mundo, incluso a los tóxicos.
Juan
con un cariño exquisito le hace ver otra manera de relacionarse con
todo el mundo con ejemplos que puede entender y cambian un gesto
arisco en una suave curva en los labios.
Los
otros clientes observan de tapadillo la evolución, como si fuera una
obra teatral, pendientes de la evolución y como el actor principal,
conduce la situación y consigue una sonrisa contagiosa, trasladada a
todo el local.
Juan
se va convirtiendo en una de las piezas del restaurante y sus turnos
de libranza hace que exista una sensación de vació, difícil de
llenar.
Por
el local han pasado muchos trabajadores pero ha sido un referente en
filosofía de la vida y también, en el trabajo.
El
cambio de empleo es una característica de los nuevos tiempos, pero
allí se ha convertido en una escuela, independientemente del tiempo
desarrollado allí, mucha gente aprende con Juan, algunos siguen
estando.
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