Por
la calle se encuentran dos conocidos, Luis y Juan. El tiempo
cronológico les ha llevado a su jubilación. No saben que decirse y
sus frases se llenan de silencios, como ocultando sentimientos o
situaciones que les llenan de espacios en blanco. Con el mismo paso
que llegaron, lentamente se van, sin la clásica despedida. Todo
parece una escena irreal. Pero ninguna de ellos da más importancia a
la corta detención entre ellos. No han comunicado casi nada. Pero en
esa vagueza han expresado muchas cosas. Ambos retomaran su lugar de
destino, siempre olvidado.
Luis
va camino de la panadería en busca de su barra de pan.
Juan
emprende el paseo, por recomendación médica, porque las pocas ganas
que tiene de salir a la calle y dará una pequeña vuelta a dos
manzanas de su casa, pero que pueden ser una eternidad, por la
cantidad de paradas y evolucionar con su mirada perdida en un
horizonte cercano. Volverán las manos en busca de sus bolsillos
receptores y descansaran con un pañuelo de papel, cien veces usado y
el contacto con las llaves de casa en el otro.
La
panadería, hoy, esta cerrada. Esto le supone un contratiempo, pues
tiene que pensar donde ir para obtener el producto de la comida. Tras
un par de minutos recuerda otra que no suele ir por la lejanía que
supone ir un poco más lejos, pero es el objetivo. Los pasos
encaminan hacía allí. Y encuentra una larga cola. El motivo es que
ha cogido un panadero el local y lo vende al precio más barato del
barrio. Se forman largas colas todos los días, para ahorrar unos
centimos. Juan se plantea venir todos los días, para sentir el
ahorro que manifiestan todos los participantes de la fila formada. La
furgoneta llega y descarga.
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