Juan
es un inversionista, le enseñaron que el dinero perdía su valor con
el paso del tiempo. Le pusieron el caso de la compra de un coche,
desde que lo saca a la calle pierde dinero, pues surge un fantasma,
la devaluación. Con ella, lo no gastado hace que se pierda el valor
de lo tenido. Curiosa paradoja, siempre se ha dicho de guardar para
tener en un futuro, para exorcizar al miedo del no tener, cuando
nuestras facultades se reducen, con el paso del tiempo.
Juan
aprendió todas estás razones y decidió: el dinero tiene que
fluir, si se detiene se estanca y se pudre. Como el agua en los
lodazales.
Cuando
lo habla con alguien, tiene la sensación de sentirse extraño en un
mundo que promueve todo lo contrario. Donde la desconfianza por la
persona que entra o pasa junto a ti y tiene la intención de quitarte
lo mucho o lo poco que poseas.
De
está manera surgen las vallas, los seguros, las alarmas y las
incertidumbres crecen como si estuvieran en un vergel.
Juan
optó por la liberación lo poco que tenía se iba a poner en marcha,
liberado de la incertidumbre, de si lo podía perder todo. Como
consecuencia del en un mañana que le pasara, como afrontara la vida,
quizás como un mendigo.
Por
supuesto, no se trato de una tarea fácil, desprenderse de mochilas
pesadas, adaptadas al contorno de nuestros cuerpos. Para interiorizar
ideas nuevas.
Fue
su amigo Luís el que le influyo y le explico porque esa manera de
pensar. Y luego el ha ido compartiendo con otras personas, con la
base de que el movimiento mueve energía, elemento tan necesario en
nuestras vidas. Aunque las respuestas son, de sobra, conocidas por
todos los receptores. Son como escafandras que nos aíslan, siempre.
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