martes, 21 de noviembre de 2017

EL INVERSOR





Juan es un inversionista, le enseñaron que el dinero perdía su valor con el paso del tiempo. Le pusieron el caso de la compra de un coche, desde que lo saca a la calle pierde dinero, pues surge un fantasma, la devaluación. Con ella, lo no gastado hace que se pierda el valor de lo tenido. Curiosa paradoja, siempre se ha dicho de guardar para tener en un futuro, para exorcizar al miedo del no tener, cuando nuestras facultades se reducen, con el paso del tiempo.
Juan aprendió todas estás razones y decidió: el dinero tiene que fluir, si se detiene se estanca y se pudre. Como el agua en los lodazales.
Cuando lo habla con alguien, tiene la sensación de sentirse extraño en un mundo que promueve todo lo contrario. Donde la desconfianza por la persona que entra o pasa junto a ti y tiene la intención de quitarte lo mucho o lo poco que poseas.
De está manera surgen las vallas, los seguros, las alarmas y las incertidumbres crecen como si estuvieran en un vergel.
Juan optó por la liberación lo poco que tenía se iba a poner en marcha, liberado de la incertidumbre, de si lo podía perder todo. Como consecuencia del en un mañana que le pasara, como afrontara la vida, quizás como un mendigo.
Por supuesto, no se trato de una tarea fácil, desprenderse de mochilas pesadas, adaptadas al contorno de nuestros cuerpos. Para interiorizar ideas nuevas.
Fue su amigo Luís el que le influyo y le explico porque esa manera de pensar. Y luego el ha ido compartiendo con otras personas, con la base de que el movimiento mueve energía, elemento tan necesario en nuestras vidas. Aunque las respuestas son, de sobra, conocidas por todos los receptores. Son como escafandras que nos aíslan, siempre.

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