La
noche tardo en desperezarse con la llegada de la mañana. El hombre
sin nombre, sale del hostal, limpio. Sus, antiguos, ojos legañosos,
tienen una mirada franca, mirada hacía adelante. Va a desayunar a
una cafetería, se sienta en una mesa con su silla. Tanto tiempo sin
tener esta experiencia.
En
su cabeza cabeza busca quien pudo dejar esa cartera llena de dinero
que le está permitiendo llevar una nueva vida. El tiempo sin tanto
capital en su bolsillo le hace estar extraño. Por su cabeza pasa la
idea de dejar una gran parte del mismo en la habitación alquilada.
Lo
siguiente es ir a elegir una ropa de recambio y una prenda de abrigo,
para no tener que ir todo el día con el grueso jersey. También se
facilita una nueva bolsa para guardar las cosas. Quién no ha tenido,
durante un tiempo, hace que se busque solo lo imprescindible. Sabe
que no necesita nada más. Vuelve a su habitación y mete en la raída
y sucia bolsa, la ropa vieja. Coloca el dinero dentro de un bolsillo
interior de la nueva bolsa. La toma y baja a la calle para dejarla
junto a un contenedor de basura, por si a alguien le hiciera falta.
Se
tumba en la cama y piensa en el sitio donde ira mañana. Le apetece
vivir en una ciudad donde hay mar.
Va
a comer en un restaurante donde el plato de menú es asequible, su
pensamiento sigue siendo corto, no se ha acostumbrado a la nueva
posición social. Se dirige a la estación de autobuses y pide un
billete a una capital de provincia marítima. Saldrá a las ocho de
la mañana, por ello habrá que madrugar.
No
importa, la luz matinal era su despertador. No baja la persiana,
espera la nueva llegada.
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