Un
hombre va caminando por la avenida. Va como fuera de sitio, sus ropas
raídas, barba descuidada, pelo desaliñado. Su mirada fija en el
suelo, no quiere cruzar su mirada con nadie de por allí.
Parece
uno de los marginados, perdedores de una sociedad en pujanza
continua. Es parte de la parte perdedora. No tiene nombre, cuando
tiene hambre busca entre los restos de los contenedores de basura.
Se
mueve lentamente, no tiene la energía suficiente para hacerlo mas
deprisa. Una bolsa de deporte, deteriorada es su única compañía,
ahí tiene su poco ropa y algo de comida que guarda para el día.
Si
consigue algo de dinero va a asearse a unos baños municipales.
Duerme en los bajos de un parque público. Bajo un puente guarda un
saco, una manta y cartones para aislar del frío suelo.
Afortunadamente no tiran sus pertenencias al contenedor de basura. De
regreso, antes de que caiga la noche, prepara su espacio nocturno.
Pero
hoy no es un día cualquiera, descubre una cartera de bolsillo, sin
documentación, pero con un fajo de billetes de dinero. De la
sorpresa pasa a la incertidumbre.
¿Qué
hacer con tanto dinero, donde guardarlo? Está cansado, pero decide
hay no dormir en el parque. Va a un hostal barato, donde dormir en
una cama y asearse. Para ello compra ropa limpia y una maquinilla de
afeitar.
Alquila
habitación y hasta una sonrisa se dibuja en su cara. Paga, la misma
y hasta va a cenar a un restaurante, tras haberse aseado y cambiado
de ropa.
Cena
copiosamente y hasta toma un café. El sueño tarda en llegar, la
cafeína hace efectos a quien no está acostumbrado. Pero da una y
otra vuelta, mientras escucha a los ruidosos vecinos que van contando
sus experiencias en la ciudad, la cama desecha.
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