En
el bloque de vecinos vive una mujer sola, tiene setenta años y
apenas tiene visitas, tiene la suerte de valerse por si misma. Desde
hace diez años su única compañía es la televisión. Por las
mañanas sale a comprar lo que necesita para ese día y se pasa en
casa el resto del día.
Los
días de frío apenas sale y pide por teléfono en la tienda de
siempre, lo que le hace falta. Su delgadez va en aumento, repite
mucho las comidas y no sabe combinarlas.
La
memoria le falla a veces, lo cual agrava su estado.
Con
la pequeña pensión que posee, llega a estirarla como si fuera un
chicle, esta realidad no la a perdido. A penas baja a visitar a su
medico.
Aurora
es otra vecina que trabaja desde casa y un día pregunto en la tienda
sobre ella, la informaron de su soledad, pero su sonrisa en la boca.
Un
día fue a llamar a su puerta, se identifico como vecina, nueva. Y le
pregunto por la manera de vivir suya. La hizo entrar en casa y un
tufo de olor nauseabundo la tira para atrás. Aurora, la pide si la
deja ayudarla. La cara de Luisa se ilumina y la dice que claro.
La
primera operación es abrir las ventanas. En la cocina se acumulan
platos y vasos. Toma el estropajo, por llamarle de alguna manera y
comienza la limpia. Luego la dice que irán a comer al centro de la
tercera edad. La respuesta de Luisa es que ya tenia comida. Al abrir
el frigorífico el páramo fue desolador. Comida con moho en un plato
y ausencia de todo, es el panorama.
Mientras
limpiaba iban hablando. Fueron a comer, después volvieron a casa. Se
sentó en su butaca y cerro los ojos.
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