Juan
sale de su casa, como cada mañana, para ir a la parada del autobús,
ya tiene la hora, aproximada, de la llegada del mismo. Le ahorra el
kilómetro y medio de paseo. Es temprano y hace frio. El vapor de
agua sale de su boca como una pequeña nube que trata de unirse al
blanco del roció. Hoy parece hacerse unido más jóvenes estudiantes
que siempre hablan alto, con esa necesidad de hacer saber, que se
encuentran allí y son importantes. Intentan discutir por todo en un
afán de posicionarse. Esto alivia el letargo de los pasajeros
habituales. Produciendo giros de cuello hacia los actores. La obra
termina cinco paradas después. Con su ruidosa salida se vuelve a la
realidad, relativa.
Toma
su bolsa de comida y baja en la siguiente parada. Tiene asegurado su
trabajo pues aprobó las oposiciones de funcionario.
Tiene
una media hora para comer allí y luego un par de horas más e
intentar hacer sus labores de casa o sociales. Algún tiempo para
hacer algo de deporte.
La
noche no ha sido buena, se ha despertado varias veces para tardar en
encontrar el sueño y cuando creía haberle encontrado el despertador
indico un cambio de posición.
Al
entrar en la oficina, se restriega las manos en busca del calor
abandonado en las sabanas.
Esta
en un puesto de atención al público, que no le gusta nada. Hoy no
está para aguantar muchas tonterías. Por ello saca su programa
automático de respuestas secas e intentar que pase el día. Sus
compañeros saben de las rarezas de cada uno y simplemente dejan a
cada uno con sus formas. Pero hoy, Juan decide chillar, por no
entender las instrucciones que esta dando a una mujer. Y si uno
grita, él otro más. Todas las miradas fijas allí.
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