Es
por la mañana, la foto se fija en un puerto costero. Un pequeño
velero es arrastrado a las rocas de la orilla. El oleaje es
violento, unos amigos y yo, vemos como el único ocupante lucha por
sacarle de ese atolladero al pequeño barco. El sonido del choque
entre el casco y las piedras es ensordecedor y una nueva herida.
Como espectadores viendo una película, allí estamos viendo un
desenlace que todos sabemos. Pero la resistencia de aquel hombre por
salvar a su instrumento de navegación es importante.
Cada
nuevo empuje de las olas es una nueva erosión al casco, cada vez más
magullado. El tripulante con su impermeable amarillo no se rinde y no
quiere abandonar la nave. Los momentos de angustia siguen pero a
pesar de la inestabilidad, podría alcanzar las escolleras con cierta
facilidad. Un nuevo envite y el consiguiente sonido. Le hace seguir
en su lucha particular.
La
pintura del armazón va desapareciendo para dejar paso al color
metálico del material construido.
Tenemos
que volver con el recuerdo y la imagen de ese luchador y la
impotencia de no poder hacer nada para ayudar a aquel hombre en su
lucha personal de aferrarse a la materia, representada por su velero,
sin vela desplegada. Hasta esperar que una vía de agua se produzca y
la evacuación sea si o si.
El
frio aire, azota la cara y salimos frustrados de no haber querido
recibir nuestra ayuda. A veces la tozudez personal o el excesivo
apego a nuestras pertenencias, nos llevan a situaciones irracionales.
No
volveremos para ver el desenlace. Solo la fotografía del suceso y el
sonido del casco al romper con las rocas quedara en nuestra memoria.
El impermeable amarillo abierto para no dificultar las maniobras de
los brazos, quedara en mi retina.
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