A
la vez que las primeras luces iluminan los edificios. Ya están los
movimientos de las personas que han madrugado, para cumplir sus
obligaciones. Las farolas ya han perdido su sentido y hace unos
minutos decidieron apagar su luz naranja que ha suplantado la ahora
llegada.
Las
primeras tiendas comienzan su apertura, mientras las cafeterías
ofrecen el brebaje tan deseado en muchas personas, acompañarlo con
algún producto de bollería o de una tostada, donde el sonido de las
cucharillas y el vapor de la maquina de café. Dan forma al refugio
de los clientes, recién levantados de sus camas.
El
movimiento de coches se hace más patente, para jugar con el tiempo.
Los primeros niños acompañan a sus padres a su nuevo destino.
Mientras otros aprovechan a sacar a su perro para hacer sus
necesidades.
Todo
parece en orden y bien programado. Alguna nube cure los rayos de sol
y hace estremecerse a los más frioleros. Los kioskos de periódico
ofrecen su oferta de lectura o distracción para vivir en un mundo
“informado”. Han dejado de tener su relevancia, que tenían en el
pasado pero aguantan, en busca de sus clientes nostálgicos.
Mientras
jóvenes portan bolsas que llevan su comida, para en el descanso de
su trabajo, poder cubrir su alimentación.
Las
conversaciones son más bajas y también, más esporádicas. Como si
el cerebro tuviera que adaptarse a la nueva situación, después del
letargo de descanso.
Las
puertas de los colegios reciben a los chicos que tienen más ganas de
contarse cosas y hasta correr hacía las puertas de entrada.
Reencuentro novedoso, contrario a los movimientos de sus
progenitores, que les dejaran y volverán a sus trabajos.
Las
primeras obras en la calle comienzan su movimiento en busca de la
averiá del suministro de agua que ha provocado una inundación.
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