Como
una prenda de vestir, el miedo es el acompañante de Juan. Un pesado
abrigo que le acompaña a todos los lados, incluido el verano.
Mirada
a un lado de la calle, a otro y encuentra a su compañero. Ha
aprendido a vivir con él. Lo acepta, pero no deja de sentir un
agobio y a la vez angustia, con su ataque de pánico, en varias
ocasiones, ocurrido.
Juan
se ve minusvalido, lo cual coarta muchas de sus acciones, ni siquiera
intenta llevar a cabo, algo nuevo.
El
cuerpo de Juan ha ido reflejando todos estos sentimientos, se va
encorvando y sus ojos reducen su espacio, con el efecto de centrar el
foco visual.
No
cambia de empleo por el miedo a perder y por conocer que le depara el
nuevo sitio.
Camino
de su trabajo cruza el semáforo, aún a pesar de estar la luz verde,
asegura el total detenimiento de los vehículos. Es entonces cuando
atraviesa la calle. Pasa delante de una floristería pero su mirada
no puede detenerse ante las plantas y flores expuestas. Un chico en
bicicleta transita por la acera, saltan las alarmas. Juan recibe
cualquier estimulo como una posible agresión, desde que sale de la
cama, la vida le ofrece un panorama lleno de riesgos. Un camionero
detiene su pequeño camión de reparto y abre la caja para sacar una
carretilla donde transportar una lavadora. La mente de Juan localiza
un posible atropello, y este no se produce por centímetros. De nuevo
su mente acierta. Palpitaciones y un calor corporal producidos por la
tensión interior.
Un
agudo pinchazo en la zona cardíaca. Va perdiendo su posición
vertical y cae en la acera. Su abrigo no ha amortiguado el impacto y
un hilo de sangre sale de su ceja. La respiración no es suficiente.
Inconsciente.
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