Juan
olvida la cita que tiene hoy. Fue la semana pasada cuando se produjo
y los dos primeros días estaba muy ilusionado, por ella, pero la
rutina de cada día la coloco en el cajón del aparador.
A
las siete y diez le suena el teléfono y descubre la voz de Alberto,
en seguida se desencadena el recuerdo de la misma. Está al otro lado
de la ciudad e imposible ir a ver a su amigo. Trata, de una manera
torpe de disculparse, por no querer reconocer el olvido, y más
parecer de no ser importante, para él, del encuentro con su amigo.
El lamento de la ocasión perdida, pues Alberto es muy rígido de
conducta y pensamientos. Poder lograr otra cita va a ser muy
complicado, viaja con frecuencia impartiendo clases. De la ilusión,
cuando contacto con él, pasa a un reproche por el reproche de haber
olvidado la cita. Comienza a elaborar una montaña de ideas,
destructivas. Busca cuantas veces ha ocurrido una sensación
coincidente y logra reunir tres motivo de preocupación, pues eran
deseadas.
Llega
a pensar que se debe medicar y entrar en el ciclo de las pastillas
que acompañan tu vida, una dependencia que nunca le ha gustado e
incluso criticado.
Pide
cita telefónica a su médico como su solución. No se puede volver a
perdonar un nuevo olvido. Piensa que el deterioro cognitivo le ha
llegado con cincuenta años, cumplidos la semana pasada y no quiere
permitirse la llegada de la senectud. Piensa que hay que luchar
contra ella de cualquier manera, incluso haciendo dependiente de
píldoras de diferentes colores.
Juan
no consigue dormir pues sabe haber dado un paso a tras en su vida. Ha
conseguido reunir una gran cantidad de argumentos negativos con
resultado de un cambio su carácter de manera global.
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