Alternando
el paseo por la arena de la playa con las baldosas del paseo
marítimo, los dos abuelos van andando por la mañana, temprano.
Algún
corredor matinal y las furgonetas de aprovisionamiento a las
diferentes tiendas, completan el paisaje.
Las
palmeras dan el toque de playa, apetecible y una gaviota elige, la
copa de una una de ellas, como atalaya, mientras emite un agudo
sonido.
En
una conversación, entrecortada, por el ejercicio emitido al andar,
van parando cada vez más, como queriendo dar énfasis a su
conversación, aunque, en realidad es para recuperar oxigeno, ese que
en la última cuesta es el más necesario, he indica el momento de
volver. Como en las comidas se habla de comida en los paseos se habla
de ejercicio, por supuesto en pasado y de los logros hechos hace
años. La memoria se fija en pasado sin aceptar el presente y menos
el futuro, del que no aparece registro.
Juan
sabe que pronto se valdrá de un bastón, para darle la confianza que
va perdiendo en si mismo y le va convirtiendo en un hombre
dubitativo. Ana va por delante pues acepto hace mucho tiempo el paso
de los años, hoy no le resulta nueva la situación actual.
La
desmemoriá siempre surge pero la ayuda del compañero sale al
rescate, pero como un hecho natural no impositivo de la nueva
realidad. Cuando van subiendo la cuesta se cogen de la mano, en esa
necesidad de apoyo y de marcar el ritmo. Las paradas se intensifican
y se plantean si tienen que eliminar esta subida. Pero Ana responde
que sería una especie de traición hacía ellos mismos. La vista es
tan hermosa donde se ve el litoral franqueado por casas bajas, frente
a los grandes edificios y el campo lleno de frutales. Merece la pena.
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