Lejos de esconderse, Juan deja pasar el tiempo, como si este
tuviera piernas. Está agobiado por la decisión que tiene que tomar, puede
marcarle toda su futura vida. Tiene que dar una respuesta y lo tiene que hacer
esta misma noche. La valoración la ha realizado en un momento pero quiere
volver a plantear los pros y los contras de su decisión.
Sabe que es importante y también
conoce que ser impulsivo le lleva a situaciones insospechadas. Por ello vuelve
a retomar la posición del pensamiento, pero el bucle vuelve ha hacer de las
suyas. Pues su primera decisión es la que cobra fuerza, sin quererlo llena de
argumentos está razón por ello crece y se hace grande. Cuando esto ocurre, las
otras razones crean un espacio minúsculo y por ello desaparecen del tablero de
juego.
Las horas pasan y ya ni piensa en
la posición a tomar, cree que lo ha analizado todo y por tanto. La decisión
esta tomada.
Juan encamina sus pasos al lugar
donde dar su respuesta. El ascensor está estropeado, son cinco pisos empinados.
Según va subiendo su cansancio le hace flaquear y por ello tomar resuello para
seguir ascendiendo pero también va surgiendo la duda. En el tercer piso
reconoce que su falta de ejercicio y su vida sedentaria le merma su físico. El
cuarto piso lo corona en un estado lamentable. Su mirada se dirige hacía el último
piso. El sudor brota de una manera grande. Sus piernas comienzan a temblar sus
manos se aferran a la barandilla como tabla salvadora. Un pañuelo trata de
eliminar el exceso de líquido. Pero es todo el cuerpo, pantalones jersey, como
si hubiera llegado el verano en pleno otoño.
Al llegar arriba no se atreve a pulsar el
timbre. Mira hacía abajo y comienza el descenso.
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