Juan encuentra en su mesa de
trabajo una carpeta de plástico transparente, con una etiqueta con su nombre. Normalmente
los trabajos tienen que ir a recogerlos, pero hoy allí está.
Tras mover la silla, para
acomodarse, perplejo, abre la misma. Un folio escrito a mano le indica que
revise los papeles del interior.
Juan sigue con asombro en una época
que todo se hace con correos electrónicos, y una red interior de comunicación.
Va leyendo el comunicado y
comienza a temblar, necesita empezar de nuevo y volver a leer.
Tras volverlo a releer la
conclusión es que su empresa será disuelta. No sabe quien lo envió, pues no
aparece ni nombre ni firma. Cuando llega su compañero le muestra el envió. Y
tiene la misma actitud. Pronto el informe pasa de mano en mano hasta que toda
la sección sabe su destino futuro, engrosar las listas de parados.
Nadie sabe nada al respecto, pero
todos tienen una cara de preocupación, no disimulada y comienzan a surgir
llamadas de alerta. La actividad no se recobra. Hasta la llegada del encargado
al que se le piden explicaciones.
Pero nadie sabe como han llegado
esos papeles a la mesa de Juan, ni autor, ni origen de las citas.
Alberto, el encargado hace
consultas a sus superiores, pero no recibe una respuesta convincente para
llevar a sus empleados.
Por fin a la una de la tarde
aparece un jefe y les convoca a una reunión para expresarles que en la próxima
semana tienen apalabrada la compra de una empresa, con lo cual carece de valor,
lo vertido en esos folios, que tapan su origen y se esconden en el anonimato.
La duda no se acalla y solo falta
que pase una semana, para saber, si es verdad o mentira cualquiera de los
comunicados explicados.
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