La línea roja es una franja
imaginaría donde puedes estar en un lado o en otro de lo prohibido. Tanto
legal, como mentalmente.
Cuando pasas la frontera de un país
hay una en la que crees que puedes entrar o salir a voluntad propia.
Cuando eres pequeño jugueteas con
ella, porque crees que nada te puede pasar, puedes volver en cualquier momento
a este lado. Esa imagen se ha quedado grabada en nuestro inconsciente y se
refleja en los coqueteos con las diferentes cosas como si de una línea se
trazase, siempre imaginaria, pensamos. Pero tanto la traspasamos que una
seguridad se va apoderando en nuestro interior. Similar a hábitos como el
tabaco, o el alcohol. Siempre oímos, “yo puedo dejarlo en cuanto quiera”. El
problema surge cuando ese cuando quiera no llega nunca y por tanto habremos
atravesado esa frontera, ya no nos encontramos a este lado de la zona.
Hemos perdido el control sobre la
situación y ya estamos decantados en una parte concreta de la realidad, quizás
la menos apetecible por los riesgos que genera, pero sin saber como estamos
alojados en ella. Nuestra vida deja de ser igual, sin querer o queriendo allí
anidamos.
Psicológicamente nos acostumbramos
a la nueva forma de vida pero sentimos la pérdida del valor libertad, y ahí si
encontramos una condena, tan limitadora como la de una frontera nacional. Somos
muy adaptativos a las nuevas condiciones, aunque sean tan extremas como vivir
en un campo de concentración, pero sin
embargo nuestra mente cambia dejamos de ser los mismos, para desarrollar otro
personaje y lo peor de todo ha sido por pasar una simple e irrisoria línea roja.
De la que nos podemos reír o despreciar por la poca entidad que posee en si
misma, tal vez que por ser tan ridícula.
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