Alguien dijo: Dos seres vivos
pueden quererse. El problema es cuando un ave y un pez se enamoran. Pero ¿donde construirán
su nido?
Leía esto Juan, mientras esperaba
la llegada de Ana. Lógicamente el querer a otro ser vivo no tiene que llevar a
la anidación. Cuando se quiere a otro no
es necesario la ocupación de su espacio o el de realizar uno común. Cuando se entra a un templo, puedes
encontrarte a gusto pero no es necesario el tener que llevarlo. Juan piensa de
esa manera, para encontrarse bien no es necesaria la ubicación, ni la brújula
orientadora, ni siquiera la compañía es la disposición.
Deja el libro y cierra los ojos
para reflexionar sobre ello. Ha estado en muchos lugares “mágicos”, pera esa magia
tiene que contar con su capacidad de encuentro. Se imagina entrando en un cine,
con muchas salas de reproducción, elige la película que quiere ver y entra en
la misma. La decisión es la misma en la vida. Juan sabe que no solo hay que
visualizar el film, sino poner toda la intención de nuestros sentidos para la
realización plena de nuestra vida, no un espacio reducido de ella.
Se levanta de su sillón y va hacía
la cocina para beber agua, toma uno de los vasos de colores que tiene en la estantería
arriba y llena el mismo del liquido transparente. Una vez más, cierra sus ojos
y comienza a beber muy despacio, dando vueltas en su boca, paladeando, mientras
sus oídos son conscientes del ruido, de la acción generada. Siente como si
regara una planta e intenta llevarla conscientemente hasta su estomago, en una
visualización placentera. Poco a poco da unos pasos conscientes hasta el lugar
de origen. Dobla su columna para sentarse de nuevo. Respira. Se estira.
Suena el timbre.
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