Juan se siente bastante
desgraciado porque, últimamente todo le sale mal. Desde que perdió su familia
nota un vació interior, y las circunstancias le llevan a estar en un estado
depresivo.
Juan siempre se fija en la parte
perdida, nunca en lo poseído. Pues esto lo relaciona como parte de la
normalidad. Ignora todo lo que posee, empezando por la vida. Claro pero esto es
parte de la misma, por tanto no tiene sentido, alabar el bien poseído. Tiene
una familia pero no le llena, el trabajo es rutinario, curiosamente existe
diferencia entre ambas familias, la sanguínea desaparecida en diferentes
circunstancias y la elegida. Juan solo recuerda la anterior. La actual
compuesta por su mujer y dos hijos, representa otra cosa.
Sentado en el sofá de casa
comienza a respirar deprisa un nudo oprime su pecho, pero poco a poco logra
recuperar el ritmo. Están todos fuera. Siente miedo. Agudizando su sentimiento
de soledad, de carencia.
Cuando llega su mujer la saluda
sin levantarse, no tiene ganas ni fuerza para hacerlo. Ana descubre manchas en
la camiseta de la sudoración y se interesa por saber porqué tiene esa palidez.
Por fin Juan se libera de culpa y
le explica como se encuentra, cosa bastante insólita.
Tras el torrente de palabras. Ana
mirándole a los ojos le dice sobre su actitud, reprochándole el ver siempre lo
no poseído y dejar de sentir todo lo poseído. Juan niega con la cabeza por no
ver esas cosas que dice su mujer.
Juan, tu respiras, tu hablas, tu
hueles, tu bebes, tu comes, tu tienes un techo, nos tienes a nosotros, tienes
trabajo, una casa, puedo seguir diciendote todo lo que eres posesor y sin
embargo no lo valoras. Te anclaste en la muerte de tus padres, de tu hermano. Sin
ver la vida.
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