Juan comenta con Andrés que
cuando se habla de naturaleza en la ciudad es como si fuera algo extraño.
-Realmente es como si viviéramos
en una isla, donde fuera de ella esta la misma y dentro existe otra cosa. Nos
acostumbramos a vivir de otra manera y por muchas barreras que hayamos
construido siempre estamos dentro. Los materiales no han venido de otro
planeta, el aire, el sol y el agua son de nuestro entorno. No debemos
olvidarlo. Contesta Andrés.
-Hemos intentado hacer una vida
de laboratorio, donde hemos cambiado nuestra manera de ser, física y anímicamente.
Buscando hacer algo muco mejor. Pero el resultado ha sido desastroso. Cuando
olvidamos nuestro origen recibimos respuestas sin control. Y eso es síntoma de vorágine.
Contesta Juan.
-En los laboratorios se consiguen
cosas increíbles pero también deshumanizadas y por lo tanto las respuestas son impredecibles.
Mientras Andrés toca su cara como auto identificación.
Junto a ellos un maceta con un
una planta de plástico, muy bien lograda y muy bonita. Juan la contempla
mientras la anuncia como la causa de su planteamiento, al que no ha tardado en
sentirlo Andrés.
Salen y los caminos son calles,
las casas son bloques de pisos. Los árboles son antenas. Pero siempre existen
monumentos vivos como estos últimos aunque a veces, estén enmacetados. Un perro
trata de escabullirse de su correa opresora, mientras su dueño intenta
convencerle con la autoridad de un tirón de la misma.
Mientras pasean por una de las
aceras, callan mientras contemplan lo que les rodea. Juan se atreve a confesar
que el hombre siempre busca lo que no tiene idealizándolo, pero es, evidente,
el volver la espalda a nuestra madre e intentar hacer algo nuevo será difícil. Quizás
porque no hemos aprendido lo suficiente para seguir en nuestra evolución, por
estar experimentando.
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