Inicialmente va a la
correspondiente cola para obtener un formulario, para rellenar en unas mesas
habilitadas y recoger un número para ser llamado, con lo cual puede entregar su
documentación.
Juan estuvo en el día de ayer,
por ello sabe alguno de los procesos para intentar recobrar el dinero cobrado
en demasía por la administración, sabe que el proceso es largo hasta cuatro
años.
Pero quiere intentarlo, considera
que el dinero que reciba será como una paga extra inesperada.
La encargada de la recepción,
comenta que ella también tiene que presentarlo. A lo que Juan contesta: si
quieres me la entregas y te la presento. De su cara solo sale una sonrisa, tal
vez suficiente para romper un trabajo rutinario.
Por fin tiene el documento con
fecha de entrada y numero de procedimiento, sabe que tiene que esperar, una vez
más, sin embargo le exigían el pago en quince días hábiles. Con ello se ve la
desventaja frente al aparato administrativo cuando se tiene que devolver. Por
supuesto sin recargo y sin una pequeña disculpa. El poder es grande, Juan es
una unidad, aunque vayan surgiendo otras mínimas, siempre serán, precisamente, eso.
Juan siente una especie de
tranquilidad, ante la sola presentación del recurso, nunca con la idea que sea
contemplado, aun aportando documentación suficiente. Tiene la sensación como
cuando se introduce en un vagón de metro, en una estación atestada de gente. A
lo mejor consigue llegar a tiempo a su compromiso, o tendrá que esperar al
siguiente que no se conoce cuando vendrá o como de espacio vació.
Por supuesto la tranquilidad se
transmutara en otra cosa, pero la sonrisa desaparecerá de la boca.
Guarda su preciado papel sin
hacer muchos doblados, para no deteriorarle y poderlo presentar, pasado un
tiempo, quizás un año o esperar un correo.
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