jueves, 15 de junio de 2017

LA ADOPCIÓN







Juan vive solo. Le gustan los animales. Por ello elige adoptar un perro. No quiere uno muy grande, pues su piso es pequeño.
El primer paso, es ir a una asociación donde dan perros en adopción. Un grupo de voluntarios gestionan el mantenimiento del recinto y del mantenimiento. Muchas ilusiones y ganas de dar un poco de cariño a estos animales abandonados o recuperados de situaciones embarazosas. Todos ellos tienen un pasado común: falta de cariño.
Por la cabeza de Juan pasaron muchas cosas pero pesaba más la que tienen estos perros. Él le ocurre lo mismo.
Pero de dos soledades no surge una compañía. Aparecen dos aislamientos. Sabiendo esto, emprende la adopción.
El recinto esta lleno de ladridos y saltos buscando a la persona nueva que aparece, como intuyendo que puede ser el que les libere de esa estancia. Saltan buscando la caricia pero en sus ojos una mirada de tristeza.
Juan sabe que solo lo podrá hacer con uno y de un tamaño reducido. Su apartamento no da para más.
No tarde en elegir a un perro de pelaje gris corto. Abona un dinero para el mantenimiento del lugar y compra una correa y un collar en el mismo sitio.
Van hacía su coche y le pone en la parte delantera. Están nerviosos y tras unos quinientos metros comienza a vomitar. Aparca y con la ayuda de unos papeles limpia el desaguisado. Visiblemente contrariado le regaña, aunque su automóvil ya cuenta con veinte años. Agacha su cabeza como modo de disculpa pero Juan no lo sabe ver. Siguen el camino y elige un nombre: le llamara “Brasas”. Extraño pero divertido, aun no le ha oído ladrar, buen síntoma. Pero en su cabeza surge la duda si habrá sido buena elección. Nuevos vómitos y la posibilidad de devolverlo, surge.

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