miércoles, 7 de junio de 2017

LA CHICA QUE LLORABA A SOLAS







Juan sabe que es fácil tomar la pose general. Simplemente es copiar lo que ves a tu lado, sin juzgar, solo actuar de igual manera. Al introducirse en un medio de transporte, ves la disposición de los otros viajeros, caras serias y con actividades que justifiquen, su perdida de tiempo. Unos lo hacen mirando la pantalla de su teléfono móvil, alguno lee un libro de papel o electrónico. Otros llevan la mirada perdida, pensando lo que no les ha dado tiempo, en otro momento.     
Solo, los momentos, son rotos por la actividad de algún niño que tempranamente, va destino a su colegio o a la casa de un receptor acompañante a su centro escolar.
Juan descubre la uniformidad y le preocupa de que el comportamiento sea tan de personas aisladas. Siempre ha sido más fácil manipular a personas aisladas que a grupos. Aunque estos se conviertan en manadas. Por ello se rebela contra esta manera de ser. Pero sabe ser la elección personal, por ello necesita ser respetada.
En el fondo del vagón una mujer sentada se lleva una y otra vez un pañuelo de papel para frotarse los ojos. La cabeza hacía abajo, hasta comenzar a temblar. Comienza a moquear y enseguida es blanco de las miradas de los congregados, pero nadie hizo ademán de intentarla preguntar por la razón de su estado, siguen con su actividad ostrascista y como mucho dirigen miradas de reojo hacía la posición de la muchacha.
Llega su parada y justo también lo hace ella, con paso lento. Juan se acerca y pregunta ¿te puedo ayudar? Como respuesta recibe un llanto explosivo. Juan la da un abrazo y consigue una cierta calma, mientras ella sujeta, en su mano, un buen numero de pañuelos.
Se sientan en un banco y escucha como balbucea una historia.                              

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