Juan es alfarero, una de las
profesiones antiguas pero que él imprime un gusto de creación personal, con sus
formas y la aplicación de esmaltes, que otorgan a sus piezas un colorido
brillante, haciéndolas, semejarse al vidrio y dota de un brillo peculiar que
atrae por los destellos, reflejados por las luces circundantes. Primeramente
elaboro figuras grandes, pero ahora gusta de los objetos pequeños, donde los pendientes
y los anillos incrementan su producción artística.
Apenas vende a comercios y es
solamente en mercadillos que se van haciendo, en los diferentes puntos del país,
donde desarrolla su economía y le permite pagar el pequeño taller alquilado con
derecho a habitación y cocina compartida con otras dos personas.
Cuando la inspiración es más fértil,
aprovecha para hacer un buen número de piezas. Es aquí cuando los diseños
distan muy poco pues es el patrón que ha creado para ese día. Y a la vez
elabora piezas de mayor tamaño en las que no duda de añadir alguna pieza menor,
con sus vistosos colores.
A veces, surgen las torsiones de
las piezas, mientras otras las líneas curvas invaden los espacios.
Pero su maestría y diferencia lo
consigue con el empleo de los diferentes esmaltes que crea a partir de un libro
muy antiguo, donde se detallan las diferentes proporciones de los minerales a mezclar.
Cada vez que termina una pieza se
siente muy satisfecho, pero es cuando consigue venderla, cuando el cliente le
da las claves para orientar, su trabajo, hacía un lado u otro. Le gusta oír los
comentarios. Pero sobre todo se siente muy agradecido a la persona que le dono
el libro que le da la clave de su obra.
Nadie consigue los efectos, en el
horno, que él obtiene.
Juan sabe que pronto tendrá que
compartir el secreto. Compartir.
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