Juan y Ana se juntan para poner
un proyecto en común, tienen que renunciar a muchas cosas pero tienen que ganar
otras tantas. Pero sobre todo recuperar la ilusión que, a veces, se ha perdido.
Su proyecto es montar un
restaurante, pero no al uso normal. Será para dar comidas de lunes a viernes al
medio día y hacerlo, solo entre los dos. Emplearan siete horas con un horario,
relativamente cómodo.
Lo hablaron pero no se han
sentado a dar forma al mismo. Saben con lo que cuentan a nivel económico y el
posible sitio. Cada uno por su parte ha realizado averiguaciones sobre cosas
necesarias. Pero han ido dando palos de ciego sin un objetivo claro.
Ambos tienen que dejar su
trabajo, que a ninguno les satisface, pero les da la seguridad del día a día.
Es el momento de afrontar sus
miedos. Ana le confiesa que esta acojonada pero ilusionada. Juan reafirma
palabra por palabra.
Juan le habla del local que ha
visto en el que tienen que hacer poca inversión, pero siempre se puede ver más
locales. Es una zona de oficinas, con lo cual aseguran que con un precio
asequible puedan tener una clientela firme. La palabra crisis aparece como
fantasma, pero Ana dice que sino se vence nos quedamos donde estamos. Ella le
explica las veces que ha tenido que hacerla frente y donde está. Suficiente
motivo para emprender una idea nueva, donde puede mostrar su arte culinario. Juan
se encargaría de la parte de relaciones públicas.
Ambos han ido hablando con sus
amigos y cuentan con la ayuda de todos ellos, pues se sentirían participes de
ese nacimiento. Con lo cual el empeño tiene cimientos necesarios. Con microcréditos
entre ellos conseguirían lo que les falta, económicamente.
La construcción va tomando forma.
La ilusión también.
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