El automóvil se detiene en una
rotonda y su conductor, Juan, no es capaz de poner en funcionamiento. Afortunadamente
tiene un teléfono de asistencia en carretera.
Pulsa los números y espera a que
una voz automática le desvié la conversación a la persona que atiende el teléfono,
curiosamente es la misma en todas las situaciones, es domingo por la mañana y
no hay más personal en la centralita.
Juan explica lo que le ocurre
pero ella no tiene ni idea de mecánica, lo que hace que derive a un mecánico
que le habrá tocado estar de guardia en espera de los diferentes problemas que
surgen. Le informa que en veinte minutos estará a su servicio.
Juan se queda más tranquilo en
espera de la ayuda prometida. Mientras tanto juguetea con el móvil, en un
intento, nervioso, de que pase el tiempo lo más deprisa posible.
Juan no entiende del
funcionamiento de su coche, pasa las revisiones cuando se lo dicen y poco más.
Pasa media hora y comienza a
impacientarse. Si no hay apenas circulación. Al pasar cuarenta y cinco minutos,
piensa que se han olvidado de él, por lo tanto quiere dar señales de vida. Le
atiende la misma operadora, ya sabemos que no hay otra. Y le cuenta que se le
ha complicado el servicio que tenia con un cliente anterior, por ello la espera
será de otros veinte minutos. Juan le dice que entonces se van a una hora. Ella
disculpa que al ser domingo hay menos servicio y se a unido al imprevisto
anterior.
De malas maneras Juan cuelga y
observa como los minutos se mueven despacio y la ayuda no llega. Pero una grúa
para, justo detrás. Cuelga y explica la averia. Se monta y al acionar la llave
ve la luz de la gasolina.
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