Alguna
vez te has sentado en un sitio, tranquilo y has comenzado a escuchar,
te das cuenta de todos los ruidos o sonidos que puedes oír, da igual
lo próximos o lejanos que se encuentren. Comienzas a entender uno de
tus canales de percepción del mundo circundante. No es necesario que
agregues pensamientos, ni juicios, ni ideas. Solo déjate sentir. Le
va diciendo Daniel a Juan, sus palabras se acompasan de un ritmo
pausado, dejando silencios para hacer llevar a ese estado de una
manera pausada.
Ahora
cierra tus ojos y siente la que esta sucediendo a tu alrededor, no
juzgues.
Ambos
se sientan en un banco y permanecen abstraídos hasta la aparición
de una moto con un sonido estridente. La magia lleva a los ojos a
tomar las riendas y lo primero que hacen es mirarse uno a otro.
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¿Cuanto tiempo hemos podido estar? Pregunta Juan
-
Es lo mismo, el tiempo empleado, hemos estado en una meditación en
medio de la ciudad. No hace falta irse a lugares especiales. Tu
templo eres tu.
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Parece fácil
-
Realmente lo es. Nosotros somos quien lo complicamos con pensamientos
e ideas preconcebidas.
Se
levantan y tienen la necesidad de desentumecerse, y por ello agitan
sus cuerpos en busca de la salida a su concentración.
-
Que curioso como complicamos las cosas, dice Daniel, un concepto
taoista nos enseña que cuando comamos, comamos, cuando trabajemos,
trabajemos y cuando bebamos, bebamos así de simple. Normalmente
hacemos las cosas automáticamente no disfrutando de lo que hacemos,
por eso siempre tenemos la necesidad de querer llenarnos, y lo
hacemos con cosas materiales para que ocupen ese hueco, y sentirnos
plenos. Error que lleva a la vorágine de las cosas materiales y su
consumo desmedido. Sin sentir lo que tenemos a nuestro alrededor.
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