lunes, 16 de noviembre de 2015

EL MÚSICO ANONIMO




Todas las mañanas, sentado en una banqueta plegable, junto a la pared de unas escaleras, comunicadoras, del metro se sienta con su guitarra y va desgarrando canciones, con un martilleo de guitarra. Su voz no es agraciada, pero él canta con una voz rota canciones de su caribe perdido. Su aspecto desaliñado, no impide que marque los pasos de los viajeros a su trabajo o quehaceres, temprano. Los ojos de los transeúntes, están como sus oídos, bastantes cerrados, por ello ignoran al músico.
Pero quizás su forma de cantar invite a romper la monotonía que cada uno lleva, Algunos no han terminado de salir de las sabanas, por el negarse a empezar de nuevo, arrastran su cansancio mental queriéndolo recuperar en la cama.
Sus rastas se mueven acompasando un ritmo difícil de comprender, donde el sabe porque lo hace y es lo que quiere hacer día a día, la recaudación nunca el buena pero siempre encuentra quién le eche una mano en forma de monedas.
Su forma de cantar es muy mala, pero cada mañana, desde una hora muy temprano esta ofreciendo su música y su peculiar interpretación, ofreciendo a los paseantes anónimos, tanto como él.
Comienza a ser parte de la mañana, cuando no ha podido venir, por enfermedad, las miradas se fijan en el lugar vació, que ocupa. Algo falta en el paisaje suburbano, ya no parece lo mismo sin su “don`t woman, don`t cry” y un repertorio ampliamente aprendido en su peculiar adaptación.
Sus ojos no buscan la complicidad pero llegan a fijarse en la mirada de quien se cruza cada mañana y entonces se produce la bajada de ojos en señal de saludo mutuo.

Su nombre no esta en la mente de nadie, pero su imagen se lleva cuando aparece el tramo que muestra su espacio.  

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