Juan llega a trabajar con los
ojos hinchados, a penas ha podido dormir. Los movimientos son torpes y
sumamente lentos. Pero el dinámico de su jefe no va a permitir el letargo. Por
ello le pide que salga a la calle a hacer un par de gestiones.
Juan toma la cartera y sube al autobús.
Con la suerte de encontrar un asiento vació. Está es la suya se acomoda en el
interior, junto a la ventanilla y el movimiento acompasado del mismo hace que
se crea que le están meciendo. Cierra los ojos y se acabo el trayecto. El sueño
le despierta en la última parada. El conductor le avisa que ha acabado el
trayecto.
Juan no sabe donde está, pero
tiene que volver a la parada destino suyo. Por tanto abona otro billete y
haciendo esfuerzos por no caer, de nuevo, en los brazos de Morfeo, lucha por
mantener la vigilia. Realiza el papeleo y va hacía el metro, de nuevo encuentra
sitio, pero aquí está con calor y oscuridad, dos razones para que sus ojos le
traicionen y vuelva a quedar profundamente dormido. Al final de la línea se
repite la situación anterior. Vuelta a emprender el camino de vuelta y volver a
luchar por recuperar la atención en por donde va. Salvo unos cabezazos,
consigue apearse en la estación correcta. Realiza su trabajo y vuelta al
trabajo que lo hace andando, pues no se fía del movimiento del trasporte público.
Su jefe le recrimina la tardanza,
pero sale airoso del comentario disculpa.
Al sentarse en la silla los
fantasmas vuelven a aparecer, mientras su jefe le recrimina que en ese estado
no se puede trabajar. Le pide que marche a casa y recupere la jornada el sábado.
Tiene un cumpleaños, pero no está para
negociar. Solo sueño.
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