Aún hoy, Juan, juega todos los días
al domino en la mesa de mármol del viejo café. Junto a sus tres amigos
consiguen reunir un número de espectadores que quieren aprender la lógica del
juego. Tienen que pensar las que lleva su compañero y la otra pareja, para
colocar la ficha adecuada y conseguir colocarlas antes que los otros, pero
pensando que su compañero le puede arrastrar a la derrota. Por ello la habilidad,
ganada día a día, le hace un experto en un espacio de liberación personal,
durante una hora. Viendo los espectadores que tenían fueron surgiendo nuevas
parejas que van ocupando las mesas aledañas, con igual animosidad y
conversaciones que se intercalan entre partida y partida. Gracias a ellos el
café a aumentado su aforo y se va haciendo referencia en un juego casi
olvidado.
El dueño ya esta pensando en
realizar un campeonato del juego de las veintiocho fichas.
Para ello busca patrocinadores
para que el desembolso sea cuantioso y por tanto atractivo.
A los pocos días, veinticuatro
parejas se han apuntado, incluyendo a
Juan y Emilio. Se establecen las normas y ya no se pueden admitir otros
concursantes. Se sortean los encuentros y se realizaran en dos mesas, con
espectadores alrededor. Comienzan a surgir tertulias entre partida y partida.
Mientras las consumiciones suben y comienza a entrar gente que nunca antes lo
había hecho. El dueño tiene un compromiso con Juan u Emilio que apoyaron su
idea desde el principio, incluso ayudaron a buscar patrocinadores, que con un
poco de aportación económica Han ayudado a que el local se convierta en una
referencia y destino de muchos jugadores.
El entusiasmo de sus rivales habituales, José y Antonio,
también han puesto su grano de arena, por ayudar a quien tanto les ha aguantado
en alegrías y tristezas-
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