martes, 15 de noviembre de 2016

EL PEQUEÑO RESTAURANTE




El camarero se esfuerza en fomentar su producto. Puso un restaurante con la ayuda de una amiga y tratan de ofrecer un producto diferente a lo que ahí alrededor suyo. Ha aprendido nombres técnicos de los ingredientes y no duda en decirlos siempre que se pregunta por un aspecto de los componentes. Normalmente la gente que acude sabe menos que lo que expresa, con lo cual le dan un punto de sabiduría. Aunque alguno le ha corregido algún aspecto que repite como loro. También refleja que no es versado en ese tema y menos discutir con un cliente, para no terminar de tirar la toalla a su favor. Con lo que todo el mundo queda contento y no pasa más de unas interpretaciones.
El local es pequeño pero acogedor y unas telas plisadas sustituyen a la frialdad de las pinturas sobre yeso. Carteles con diferentes frases, adheridas con imperdibles llenan el espacio de letras, fácilmente sustituibles por otras, en un momento dado.
Apenas nueve mesas ocupan el salón, con manteles individuales de anea del mismo color que los que están en el techo. Creando la idea de lo que está arriba esta abajo, teoría tan presentada siempre.
Las telas también ocultan desconches, producidos por humedades, de un edificio que llega a los doscientos años de existencia.
La purpurina ocupa el color que cubre la anea, material que da al local un toque de distinción frente al color terroso de las telas. Los papeles en blanco con letra de imprenta negros, esperan ser cambiados por otros colores más ambientales. Una pequeña barra es atendida por otro camarero donde ofrece las diferentes tapas ofrecidas en las horas del aperitivo o en la antesala de las cenas.

El color negro de sus ropajes no esconde la sonrisa que sacan en cuanto pueden ofrecer.

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