José
comienza a salir a un parque, lo suficiente grande donde ver grupos
de árboles de diferentes especies y tamaños. Y ponerse junto a su
tronco y cerrar los ojos para sentir la vibración de esos seres
vivos. Acompasar su respiración y sentir.
La
imagen que presenta es la de un raro, que se queda extasiado con los
hermosos vegetales. Tiene uno preferido que es un platanero
centenario, pero va cambiando, según su estado de animo, castaños
de indias, tejos, olmos, alcornoques, que conviven en ese espacio,
parece una isla entre la voragine de casas y calles. Con gente
corriendo hasta para pasear.
José
aprendió esta técnica de una mujer en un programa de televisión. Y
decidió en llevarla en practica muchos días. Los primeros días le
daba un cierto corte y sin sentido, pero según experimentaba su
estado, se dio cuenta que era una meditación, de tal manera que se
encontraba bien consigo mismo y por tanto, con las personas que le
rodean y, hasta, con la hostilidad de la vida moderna. Donde el
hombre se aleja de si mismo para permanecer en una pecera expectante.
Un
día se acercaron cuatro amigos para preguntarle que hace muchos
días. Se pusieron en circulo en torno a él, y fue explicando las
sensaciones recibidas.
Tras
unos minutos buscaron un árbol para sentir lo aprendido y luego
quedaron para contar sus emociones.
Parece
mentira como cuatro personas habían sentido cosas tan diferentes,
pero todos volvian con un sentimiento de paz interior.
José
explica que los miedos y las dudas son nuestros grandes enemigos,
pero con el conocimiento que hemos sido nosotros quienes los hemos
construido, por ello los capacitados para derrumbarlos, trocearlos y
hacerlos polvo, para que una ráfaga de viento dispersara, lejos,
sin producir daño ni a nada ni a nadie
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