Anastasia
ronda los noventa años su cuerpo se caracteriza por la curva que
sufre su espalda, es tan grande que parece a un atleta cuando
esprinta para llegar primero a la linea de meta.
Lleva
años ayudándose de un bastón pero ya necesita el brazo de un
acompañante que la fuerce a salir a la calle y deje de estar en el
sofá, lamentándose de tantas cosas.
Realmente
ella siempre ha sido una persona que en su pasado, se a echado a su
familia a la espalda. Enviudo con treinta años y tuvo que sacar a su
familia adelante, fue una tarea muy dura, donde tuvo que trabajar en
tres cosas a la vez, para sacarles adelante.
Tanto
peso, tanta responsabilidad fue curvando una recta espalda. Y
Anastasia sentía el dolor pero no bajaba el pistón. Seguía con sus
tareas. Sus tres hijos colaboran en la última etapa, proporcionando
una persona que este al cargo en su casa. Los fines de semana se
turnan para estar con ella. Pero ya se encuentra muy cansada, casi
renuncia a comer y a salir a la calle. Hace ambas cosas por
obligación. Pero descubre el dolor y se refugia en él.
Como
consecuencia se la lleva a ir a diferentes médicos, que sin radiografías ven de donde parte los dolores. Antiinflamatorios y
calmantes son recetados en sus diferentes versiones. Hasta que un
nieto le ofrece la marihuana en infusión. Es ahí donde descubre
donde su ensoñación se engrandece, donde toma contacto con una
nueva realidad. Donde Anastasia encuentra un anestésico. Es cuando
comienza a hablar con sus nietos y comparte experiencias, que la
ausentan de situaciones de su pasado, el tiempo tiene el rigor que
tiene, pero no quiere acumular sino sentir. Una y otra vez reclama
que se le haga otra infusión.
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