Algo
descubría que no se encontraba tranquila, sus continuos movimientos
o sus repetidas llegadas de la mano hacía su cara, pero también
tenía un temblor en la pierna derecha. En realidad, no era un algo,
era la totalidad de su estar en ese vagón de metro. Lo que atendía
las miradas del resto de pasajeros, con ello conseguía una
retroalimentación en su nerviosismo, pues los ojos se fundían hacía
ella. María no quería ser protagonista de nada, quiere pasar
desapercibida pero en esa mañana había conseguido lo que nunca
había logrado, la atención del resto de personas. Pero los nervios
son contagiosos y a pesar de los reproches por su comportamiento, se
iban produciendo tics en el resto de personas, la undécima parada
llegó con ella su salida y un suspiro irradio en los viajeros que
continuaban.
Con
paso largo, casi corriendo, alcanzó las escaleras mecánicas, la
salida a la calle fue un bienestar, pero faltaba solucionar lo que le
había llevado allí. El despacho de abogados estaba en el primer
piso. Pregunto por el abogado que llevaba su caso y consulto, la
recepcionista por teléfono. La respuesta fue que esperara un momento
que ahora salía él. La indico donde podría sentarse, pero hoy los
asientos no se habían construido para ella. Siguió su deambular, su
mirada buscando tras el visillo de una ventana. Pero no le gusto el
resultado. Abrio su carpeta con el papel que debía entregar, porque
ya no estaba ni segura si lo había traído.
La
espera se alargo media hora tiempo suficiente para poner nervioso
hasta la señora que efectuaba la limpieza del despacho, que suele
hacer las cosas con mucha calma, pero el continuo deambular, marcaba
huellas en el suelo recién fregado. Por fin se recogió el
documento, vuelta a entrar a su despacho.
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