Juan es un director de sucursal. Su pelo rizado y sus gafas de miope nos introducen en su forma de ser.
Juan
es un idealista pues piensa que puede dignificar su trabajo con el
bien de los demás. Ha luchado contra la estructura pesada que es la
administración, pero sabe que es parte de su trabajo, el recibir una
espera o una no contestación a sus preguntas o necesidades. Su
sueldo. de alguna manera está garantizado, por lo que no espera una
apertura de un monstruo osificado, donde un movimiento significa un
esfuerzo máximo.
Pero
un nivel de frustración se va asentando en ideas o proyectos que no
puede desarrollar. Sus ojos en forma de huevo se han centrado mucho
tiempo en la lectura y el color de su pelo ha nacido en la sobra de
los cuartos de estudio. Donde el sol no aparece y por tanto clarea el
cabello.
Pero
ayer pudo llevar a cabo su proyecto, tantas ilusiones puestas en él.
Logro conseguir un local para dar un ciclo de conferencias, había
medido todas las variables para ofrecer un acto esplendido, un orador
representativo y la publicidad puesta para demostrar que él, iba a
triunfar. Ya no se iba a arrugar ante nuevas propuestas.
La
cita era a las siete de la tarde, el día no acompañaba rachas de
viento con intermedios de lluvia, en las casas se ofrecía un partido
de televisión, de esos que llaman: Importantes.
El
trabajo de Juan era matinal, pero no le importaba alargar su jornada
laboral. A las siete menos cinco llegaron tres personas que se
pusieron en lugares diferentes y ya no llegaron más espectadores.
Juan
no se lo podía creer, pero tras una espera de quince minutos, dio la
presentación del ciclo de conferencias.
Por
dentro, sensación de fracaso.
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