A
veces, sentarse en el asiento del conductor asusta, porque te
conviertes en el responsable de tu viaje, incluso por las acciones de
los otros conductores, tu te conviertes en el responsable.
Según
van pasando los años, la necesidad de protagonismo va disminuyendo,
hasta convertirse en un sueño y ese si que tiene poca entidad.
El
acomodo humano pasa por diferentes fases, agravadas por una sensación
de cansancio, donde parece que la vida “cuesta” parecida a una
empinada rampa. Nos dejamos sumergir en el cansancio y justificamos
nuestra vida en torno a la oxidación celular, como parte que
determina nuestras acciones o inacciones. Siempre tratando de
justificar el hecho de ir en el asiento del conductor, si esto no
fuera así tendríamos la sensación de no haber vivido nuestra
propia vida.
Ayer
observe a una mujer que hablaba con las plantas, quitándome los
prejuicios de “la loca de turno” la observaba y aprendía como la
paz llegaba a ella al estar en armonía con ella misma y por tanto
con su entorno.
Podemos
ir en un autobús donde no somos los conductores, pero alrededor
nuestro existe vida. La despreciamos y como consecuencia sentimos el
vació. Está mujer conseguía lograr el todo, con la sencillez de
vivir todo lo que está a su alrededor.
Los
vehículos son simples maquinas pero su uso es la diferencia de estar
en un sitio u otro.
Las
rampas, al fin y al cabo, son parte del camino que nosotros cojamos,
lo que diferencia un camino de otro. La trasformación de ese
movimiento hace que sintamos una cosa u otra, vayamos en un coche o
andando, el resultado puede ser el mismo, la única diferencia será
el tiempo, ese que va marcando los lóbulos de nuestro cerebro y las
consecuencias de nuestro pensamiento con desenlace diferente.
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