El
pelo ensortijado de Juan era un espejo de su manera de ser. El peine
pasaba una y otra vez sobre el rizado cabello pero las curvas volvían
a aparecer.
El
color iba cambiando hacía gris, era prematuro, pero la herencia
marcaba.
Juan
seguía anclado en una edad que supero su cronología actual,
quedando grotesco el seguir anclado en una época que ya no le
corresponda. Pero el tiempo pasaba para los demás no para él.
Siempre fue fácil encontrar en los demás detalles pero ignorando el
reflejo personal.
El
camino fue a una discoteca donde se quiere mostrar la elasticidad que
se va perdiendo entre los dedos y sentirse protagonista de miradas
extrañas. Era un día de diario por ello no había mucha gente, la
mayoría eran hombre apegados a vasos donde rebotaban una y otra vez
los hielos que diluían el calor de los alcoholes. Algunas parejas se
sentaban en las mesas que rodeaban el escenario, donde se luchaba por
contorsionar los cuerpos.
Las
mujeres habían hecho uso en profusión de los frascos de colonia,
dejando un rastro a cada movimiento.
Juan
salio al escenario para dejarse ver. Comenzó las movimientos
rítmicos, mientras parecía que todos estaban ausentes. Unos porque
miraban sus teléfonos móviles en busca de la última información.
Otros porque charlaban entre ellos y las parejas que solo tenían
ojos para la otra persona. De pronto surge el apagón, las luces de
seguridad se iluminan y el silencio se fue cambiando por voces de
extrañeza o de broma de los propietarios. Lo primero buscar sus
pertenencias con la ayuda de los teléfonos luego emprender la salida
ante un posible incendio, que no aparece. En pocos minutos
congregados en la puerta, solicitando explicaciones a los empleados,
que saben tanto como ellos, achacan a la edad del edificio.
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