Juan
había montado una tienda donde solo vendía hamburguesas. Una
plancha un frigorífico y un armario donde almacenaba el pan. No tenía
mesas y las bebidas estaban en otra nevera donde se alojaban
diferentes latas, desde refrescos a cervezas. Tenía su salida de
humos y un mostrador. Una pequeña trastienda y las pocas verduras
que daban color al marrón de la carne congelada.
El
público era juvenil en su mayoría. Según llegaban se elaboraba el
pedido.
Un
día llegó Maite, una mujer en torno a la cincuentena. Le pidió si
podía trabajar con él. Juan fue claro con lo que sacaba de
recaudación le llegaba, para sus gastos y un pequeño sueldo.
Maite
le explico que necesitaba trabajar y ella había elaborado
hamburguesas en otro sitio. Solicito una semana a prueba sin salario.
La
llegada de esta mujer cambio el negocio, por la mañana iban al
mercado a comprar la carne, compro especias y fueron a elaborar al
local. La delicadeza que presentaba cada parte de la elaboración le
dejo pasmado. A la hora de la comida ya tenían cincuenta
hamburguesas preparadas. Las primeras personas hicieron su encargo
rápido, pero era esta mujer desconocida la que atendía, Juan
quedaba en la plancha. Añadía los ingredientes de siempre, como
complemento. Pero otro ambiente se respiraba, la atención más
cuidada y la sonrisa de Maite, era diferente. Al terminar el día se
había vendido la totalidad y alguno volvió para repetir.
Esta
mujer le pidió que renunciara a las congeladas y dedicaba tres horas
en la elaboración del producto.
Al
tercer día, Juan lo tenía claro, tenía que contratarla. Maite se
sintió agradecida, acepto con la condición de no cambiar la
elaboración, era ella quien estaba marcando los ritmos y la
elaboración. Juan quedaba en un segundo lugar, se duplico la
producción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
gracias por participar en este blog.