Juan
siempre supo del dicho “los ojos que todo lo ven”, pero cuando
cometió el crimen, miro hacía un lado y al otro viendo que el
paraje estaba desierto. La distancia que produce una pistola es
suficiente para no dejar otras huellas que la propia de la bala, nada
más. Estaba en una calle apartada y no dejaría huellas de sus
zapatillas deportivas.
Se
cito con la victima en aquel lugar para entregar una bolsa con dinero
fruto de la deuda contraída hace un mes. La bolsa la llevaba pero
llena de recortes de papeles. No pensaba nunca pagarle el favor
realizado. La linea de la anormalidad sabía que la atravesaría y no
tenía retorno, por tanto una muerte más no importaba. El objetivo
es ganar dinero para encontrarse más libre, fuerte y seguro.
Juan
no tuvo una gran autoestima por ello fue poniendo trajes en busca de
aparentar, lo que no era.
Novelas
y cine le dieron claves para actuar y vestirse.
Este
paraje lo había analizado para ser utilizado en caso de necesidad.
Siempre solitario y apartado de miradas. Dentro de la gran ciudad y
con posibilidades de escabullirse en caso de aprietos.
Pero
sabía el dicho, lo cual le produce una inquietud. La zona esta
alejada de su lugar de residencia. Al deudor también le desplazaba
unos cuantos kilómetros pero el ansía por el dinero fue mayor que
las precauciones a tomar.
Aun
así acepto ir a aquella calle, cuello de saco. Tras el disparo se
sentía más libre y fuerte. Al lado de una alcantarilla escondió el
arma metiendo en el plástico con los recortes de papel.
Pero
un testigo, perteneciente al dicho “los ojos que todo lo ven”.
Observo todo desde la ventana de su casa.
Oyó
la conversación y la escena acaecida enfrente, suyo.
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