miércoles, 7 de febrero de 2018

EL RITMO DEL TAMBOR





El sonido del tambor se hace eco en las personas que pasan cerca, un poco más lejos es absorbido por el trafico circundante. Un joven se ha sentado en un banco y a comenzado a acompasar sus manos con movimientos oscilatorios de cabeza y cuerpo.
El ritmo de la vida no contacta con el marcado por el compás de las manos impactando sobre la piel del tambor. La gente pasa con una mirada furtiva, como mucho.
Juan se concentra en su música y encontrar esa meditación con su instrumento. El ritmo hipnótico de la repetición acompasada.
Una muchacha, paseando a su perro se detiene frente a él, inicia el movimiento de cabeza a acompasar el ritmo. Como un imán otras personas detienen su paso y observan, críticos la escena. Movidos por un impulso, balancean su cuerpo adaptado a la música.
Juan detiene su ritmo. La atracción se deshace e inician de nuevo su andar. Alguno espera la reanudación.
Juan agita sus brazos y vuelve a mover las manos, un nuevo tronar surge. Nuevas personas se unen al corro formado espontaneo. Nuevos vaivenes de nuevas personas surgen de forma aleatoria.
Desde fuera parece como si un nuevo Hamelin hubiera surgido. Juan sigue en su ritmo monótono y mira a su alrededor. No está pidiendo dinero. Leyó sobre el efecto del tambor sobre las personas y lo quiso desarrollar él mismo. No toca una canción sino un ritmo corto y persistente en el tiempo y en la acción.
Juan lo ha hecho muchas veces para si mismo pero nunca en la calle ante un público diverso y heterogéneo.
A sentido desde la indiferencia, de los que siempre llevan prisa hasta el compromiso del embutido en su ritmo.
Con cada descanso hay un aplauso general. Algunos buscan dejar alguna moneda. No hay lugar.

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