Cuando
se acercaba el día, la oscuridad deja paso a las primeras luces. Un
tanto dudosas. Las sombras se convierten en las reinas del nuevo
periodo y el trasnochar deja de tener sentido. Según van llegando
los nuevos minutos. El telón se va subiendo poco a poco y va
descubriendo un panorama diferente.
Las
farolas van apagándose y acoge, a los más madrugadores, en busca de
sus vehículos o medios de trasporte. Los más afortunados llegan a
su destino andando. Los panaderos han terminado su jornada y vuelven
a sus hogares.
Algún
chico joven regresa a casa, parece un intercambio en el día de
fiesta.
Las
paredes de ladrillo o cemento toman unos tonos diferentes a los que
lucirán cuando está el sol.
La
fuente, instalada en la rotonda de la intercesión de calles,
comienza su cantarina caída de agua.
Las
voces sustituyen a los susurros, más matinales. Muchos aprovechan a
girar sobre si mismos, en sus camas, para alargar la hora de ponerse
en pie.
Las
churrerías y las panaderías abren sus comercios, en busca de los
clientes más tempraneros, compiten por ofrecer su genero, en busca
del intercambio de dinero que les llevara a poder pagar los gastos
que genera la apertura de su local comercial.
Pero
hoy es diferente un movimiento sísmico asusta a la población que
sale a la calle en busca de la seguridad del espacio abierto huyendo
de un posible enterramiento.
Algunas
alarmas comienzan a sonar, a pesar de su prohibición y la calle se
llena de durmientes, asustados. Algunos han recogido algo en bolsas
que sacan a la calle. Han sido dos temblores, el segundo ha pillado a
muchos ya en la calle y recogiendo lo imprescindible. En las calles
se ven algunas grietas llevadas a cabo también en paredes de los
edificios.
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